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Doscientos cinco años y seguimos siendo amorfos

Doscientos años de ardua lucha para conseguir una patria descentralizada; es el motor que arranca todos los días dentro del sistema político mexicano. Los incontables fracasos por poner los tabloides de las vías que transiten a una Nación prolífera en materia social.

El poder ha pasado por manos leprosas, que apuntan en dirección recta, lineal, hacia la derecha, hacia la izquierda, de forma central, en reversa y a la boca del lobo.

Iturbide fue el primer gobernante de la Nación en el México declarado libre, con el Plan de Iguala proponía una Monarquía centralizada. Seguir rindiendo cuantas a un nuevo monarca empezaba a llenar de cólera, rabia y volver a probar del vómito que causó en todos los mexicanos el dominio de los españoles al colonizar la proclamada Nueva España. Eso auspició el exilio de Iturbide a Italia.

Los federalistas no concordaban con el mantenimiento o renovación del Plan de Cádiz (1812), la cual instauraba a un diputado por cada 50 000 habitantes dentro de una provincia. Eran elegidos por el voto de aquellos que seguían al pie de la letra las leyes o creencias acorde a lo establecido. Iturbide planeaba seguir manteniendo esos parámetros, aunque sumando las divisiones que él consideraba pertinentes; como un diputado por cada cincuenta mil en los sectores agrarios, industriales, literarios, etc.

Se escribiría la constitución de 1857, el hincapié predilecto por el Gobierno para manejar la silla presidencial como un puesto celoso que debe y exalta ser ocupado sólo por los tocados de Dios. El Cesar dejaba el Acrópolis para emigrar a México.

A pesar de ello, las reformas dentro de la materia electoral y para decidir el futuro de la arena política sufrirían reajustes significativos. Cada mexicano podía y tiene el derecho de ejercer su voto, aunque se formulaba un arquetipo del sujeto digno de validar su visión a través de ello. Cualquier mexicano nacido dentro del territorio, fuera de él, pero con padres mexicanos, mayor a los 21 años o 18 sí se está casado, poseedor de una vivienda aceptable para su estadía, eran los nuevos mandamientos.

El aire soplaba con mayor entusiasmo, ondeaba la bandera con ritmo de Bethoven y los himnos nacionales se plagaban de sueños oníricos. El Gobierno suprimiría nuevamente los anhelos, seguían controlando enteramente lo que pasaba en las elecciones. Los conservadores se refugiaban en sus chozas, los liberales asimilaban cada vida mexicana como propia.

Porfirio Díaz se reeligió por treinta años, contando a los gobernadores o diputados que también tenían ese derecho. La hegemonía o las alternancias del poder eran posibles por medio de las armas. Los diálogos pacíficos eran imposibles. El Partido Reeleccionista seguía colocando las estampas de Porfirio.

No se le resta a Porfirio Díaz el progreso logrado, la industria era de primer nivel mundial, se exportaba e importaban productos de calidad. La creación del ferrocarril impulsaba todo un progreso general, lamentablemente las ganancias iban directamente al bolsillo de los grandes empresario o la clase burocrática (irónicamente el capitalismo se vuelve regente y la clase obrera esclavo trabajador, aun a nuestros días).


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