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¿Una historia de libertad al creer en Dios de los cristianos?

Al principio de los relatos bíblicos el hombre desobedece a su creador, a Dios. Por hacer caso omiso a una orden directa impuesta por él: no probar fruto alguno del árbol que los haría perecer al instante de dar la primera mordida de lo emanado de sus ramas.

El hombre no murió, cae y le es mostrada su desnudez, la mujer es castigada con males, como los dolores en el parto y el sangrado menstrual cada veintiocho días. Desterrados de pisar el Edén de Dios, incluyendo a todas las generaciones venideras de la primera familia encontrada en la biblia.

¿La culpable de todo?

Una serpiente, responsable de brindar la caída, el pecado, la maldición, la perversión, la furia completa de un Dios celoso. El hombre dejaba de ser la creación del reflejo de Dios.

¿Qué efectos causó en el hombre y mujer este fruto maldito?

El conocimiento, las habilidades de realizar las tareas necesarias del día a día sin la ayuda de un Dios. Cuestionamiento de su propia pureza, de su anatomía. El hombre encontró dependencia fuera de las interpretaciones en la divinidad.

¿Qué presidió al hombre y mujer después de la caída?

Luchas incesantes y sangrientas contra los ismaelitas por disputarse el honor que obtuvo Abraham de ser el padre de todos, él patriarca por el cual saldrían millones generaciones bajo el nombre de la fe católica o judía, con la promesa que serían más grandes que la magnitud de un cielo estrellado por las noches. Uno procreado con su esposa Sara el cual llamó Israel y el verdadero primogénito llamado Ismael, procreado con su esclava y sirvienta.

Todas las acciones de Abraham fueron vistas con buenos ojos. Su nombre quedó inmortalizado al rodar de los años como uno de los fieles servidores de Dios y como uno de los guardianes de las leyes celestiales.

La caja de Pandora fue abierta.

Tempestades catastróficas, matanzas inhumanas a niños, mujeres y ancianos por ser los abnegados sirvientes de un Dios que no conocían. Asedio a los elegidos de ser el pueblo de Dios, esclavizados y obligados a servir a faraones en Egipto, les imponían dioses paganos para adoración y ofrendas (Dios muestra su ira a su pueblo que adoran otras imágenes divinas por miedo a ser asesinados). Vagan como nómadas por cuarenta años para llegar a la Tierra Prometida.

Llegaron los diez mandamientos, recitados por Moisés a los cientos de miles de judíos que esperaban una señal traída del cielo, una razón para seguir rondando por un desolado desierto sin ver a lo lejos la silueta de su tierra donde se asentarían para forjar su imperio. Con ellos alcanzarían la ansiada libertad en Dios. Las claves para ser un pastor acorde al corazón del creador.

Los israelitas verían una época de paz. El reino prosperaba, intimidaba a cada rival que no se atrevía ni a ofenderlos. Dios concluía en dar a los israelitas un Rey, un guía que cumpliera al pie de la letra los diez mandamientos, dejarían de ser gobernados por las interpretaciones metafísicas de los profetas, o ese se pensó.

Cuatro reyes se sentaron en el trono de Israel. David, uno de ellos. Quizá el más importante. De él vendría, al rodar de las generaciones el mesías que libraría al mundo del pecado por completo. Salomón, un elegido de Dios que sería bendecido con un don irrepetible en el ser humano. Una sabiduría y capacidad de raciocinio que cualquier Rey, Presidente, Dictador o gobernante deseara poseer.

Con esa capacidad pudo estar en los anaqueles de la historia como el mejor gobernante. Sus decisiones seguían estando atadas a las interpretaciones de los profetas que servían como los mediadores del cielo y la Tierra. Los cuatro reyes padecieron este mal.

¿Qué ordenaban estos profetas? Los caprichos de Dios. Matar, asesinar, desvanecer de la faz de la existencia a cada cultura considerada hereje. Sus libros de historia o religión eran arrojadas a hogueras, sus hojas eran reducidas a cenizas. No quedaba ni un rastro de ellos. Todo por mantener su Estado.

El pueblo israelita no podía mantener contacto o relaciones íntimas con extranjeros que profetizaban o adoraban otros dioses, considerados como los portadores del pecado.

Pasaron décadas. El imperio israelita fue conquistado por Roma. Señales o gritos de revolución en contra del régimen romano eran silenciadas. Llegaba el mesías, llamado Jesús. Sus discursos a la edad de treinta y tres años saciaban las bocas de unos judíos buscadores de esperanza, los no creyentes también se satisfacían con cada palabra que salía de la boca de este hebreo. Otros desistían de creer que él sería el libertador prometido.

Esos conservadores que se mentían fuertes a no caer en los encantos de las palabras de Jesús lo mandaron a crucificar. El emisario de Roma para con Jerusalén llamado Poncio Pilatos complacía a los hebreos y sacerdotes judíos que exigían ver correr la sangre de Jesús. Sus apóstoles al ver morir a su maestro continuarían con una tarea dada por él mismo, llevar sus enseñanzas a cada rincón del mundo.

Pasaron los años, los pueblos paganos se convertían a la fe cristiana. Roma fue una víctima más. Flavio Valerio Aurelio Constantino (Constantino I) unificaría toda Roma bajo una sola fe, en el año 313, bajo el dictamen de Edicto de Milán. El cesar bajaría de su pedestal de dios para convertirse en un mortal divino. Cambiarían el símbolo del águila romana por una cruz.

Roma caería, de sus cimientos destrozados y los palacios de los Cesares reducidos a escombros se izaría otro nuevo Imperio, el Vaticano y sus líderes llamados papas llegaban al poder.

Historias amargas, crudas y oscuras pasarían por el Vaticano durante toda su trayectoria hasta nuestros días. De las polémicas más sonadas en el Vaticano fue la auspiciada por El papa Urbano II, con una supuesta asociación con el emperador bizantino Alejo I que solicitó su apoyo para contrarrestar los ataques de los musulmanes, comandó la primera Cruzada divina, durando doscientos años aquella lucha, de 1095 al 1231 D.C. Sus órdenes fueron claras, con un grito de guerra acompañado “Deus Vault” (Dios así lo desea) anexó territorios ocupados por pueblos del Medio Oriente, incluyendo Jerusalén. Masacres con personas clavadas en estacas, niños decapitados, mujeres violadas y después asesinadas de las maneras más crueles cristianizó a toda Europa. ¿El costo? Setecientos mil a un millón de personas muertas por culpa de esa cruzada.

La misma fórmula les sirvió a los conquistadores del Nuevo Mundo. Los conocimientos, filosofía o cultura de esos asentamientos e Imperios indígenas fueron borrados casi por completo ante unos europeos católicos creedores de conocer la verdadera fe. Los libertadores de la equivocación de unos indígenas que no contenían información alguna que les avisara de la existencia del Dios cristiano o el mismo Jesús. Con aniquilaciones y torturas inventadas por la Santa Inquisición (Un método por parte de la Iglesia Católica para castigar a los herejes o conseguir sus confesiones) obligaron a los indígenas a creer en Jesucristo. Pero el mejor de sus recursos o armas dentro de uno de los países conquistados de América, llamada Nueva España (México) para tal meta fue la supuesta aparición de María (madre de Jesús) y su imagen impregnada en el manto de un indígena llamado Juan Diego, conocida por todos los fieles católicos como “La Virgen de Guadalupe”.

Los países dentro del continente americano consiguieron su independencia del yugo de los europeos, unos aun todavía recientemente. Aunque la mayoría, le sigue rindiendo cuentas al Vaticano o las sedes de la Iglesia Católica dentro de sus Estados. Movimientos de masas anuales donde se celebra la fe. Unos Estados se decretaron como laicos, abriendo paso a los paganos o ateos que desearan vivir dentro de sus territorios. La idea no ha resultado como se esperaba, la igualdad es un sueño barroco. Los que deciden profetizar otra fe o ninguna son satanizados, rechazados, apuntados de ser los portadores de una peste que acabaría con su idea de lo “políticamente correcto”.

Un ejemplo claro fue México. Crucificó su águila como símbolo dentro de su bandera, mientras la serpiente que planeaba comerse el águila se carcajea.

Los sacerdotes o padres de cada iglesia, con sus sermones de cada domingo dictan a los fieles atentos a cómo deben comportarse, qué deben pensar, qué deben rechazar, cómo alabar a un Dios que no ven, qué no leer, qué satanizar, qué deben ver, más no probar, qué no tocar. Toda la historia nos confirma esta tesis, los humanos que deciden creer en el Dios cristiano; son imposibilitados en confiar en su propia inteligencia, en los estudios de algunos otros individuos que planearon una nueva utopía fuera del catolicismo. Necesitan que les digan qué creer. Aunque no son todos, algunos se aprovechan de esa fe para realizar sus sueños, sean gratificantes o maquiavélicos. El cristianismo está peleado con el conocimiento, y cualquiera que se resista será rechazado por ese séquito o hasta asesinado en esos crímenes de odio.

Quisiera terminar con esta frase:

“Dios es el director de una orquesta sinfónica, con su batuta da la orden a sus pupilos de encerrarse dentro de un cuarto oscuro, sin ventanas, luz o veladoras. Les quita los instrumentos musicales. Los dota de armas para formar la melodía con la cual los hombres bailarán en ritos paganos. Y él, hace caso omiso mientras sucede eso”.


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